Pasó un largo rato hasta que el
alma de la lapicera asomó poco a poco como tinta, volviéndose uno con la pluma
y el escritor. Este conoció mucho de sí mismo a través de ella, quien supo
enseguida que juntos lograrían grandes cosas. Las ideas fluyeron paulatinamente
y los sueños de ambos cobraron vida en el papel. Las palabras supieron decir
grandes verdades a los dos protagonistas, quienes, pasado un tiempo, alcanzaron
el éxito.
Nunca dejaron de buscar, en las
sombras de cada historia, aquel detalle que los dejaría en libertad. Crearon
durante años, hasta que un día todo tuvo sentido.
Escribieron un cuento perfecto,
asombroso, arrollador. Un cuento muy triste titulado «La Muerte».