jueves, 8 de diciembre de 2011

Comevidas

Creciste estrenando todos los días un raspón, rogándole a tus bolitas que sean cada día las mejores y agradeciéndole a la canilla por tener siempre el agua tan fría. Poco a poco tus tardes fueron perdiendo las manchas de barro y las canciones espontáneas apagaron sus voces.

Te gustó tanto jugar al tiempo que desapareciste al tercer abrazo con perfume nuevo. Llegaste a la loca idea del progreso personal y hasta tomaste rehenes por un tiempo pero, años más tarde, viste el botín desvanecerse en el aire.

Hoy preferís soñar despierto y usar la almohada como una pausa, planeás reuniones con la anticipación suficiente para encontrar excusas y cancelarlas a tiempo. Tus amigos juegan en el mismo laberinto y, con suerte, cada tanto los cruzás en un pasillo. Encontrás herramientas para romper las cadenas en canciones cada vez más alejadas y tu mochila, que aumenta su peso con el correr de las decisiones, te obliga a ordenarte.

Viviste los últimos diez años empequeñeciendo tu perspectiva y, cuando te quitaste las anteojeras, el mundo te dejó ciego, tonto y perdido.

Tus días, por raro que parezca, también duran veinticuatro horas y no las pocas que aseguraste alguna vez. Reiniciar tus hábitos no parece mala idea, encontrar un eje que sirva como fuente de energía y traiga aires de renovación puede resultar en unos cuantos días alegres.

El sol quiere entrar a cortar la oscuridad, pero vos no lo oís. Te cuesta mucho sacar las tablas que esconden las ventanas, pero con éstas libres tu cuerpo comienza a respirar un poquito más de realidad. La luz trae paz y baja hasta la tierra una mente que vuela con las horas.

Llevás en el cuello las marcas de un collar del que nunca te supiste dueño. Fue su ausencia la que te dejó pensar con claridad y un día, sin saberlo, las cicatrices se transformaron en esa experiencia que te enseñó a cerrar los libros.

Encontraste en las palabras un juguete nuevo, diferente y de poderoso consuelo. Hallaste gente que supo valorar los silencios de buen uso tanto como las iluminaciones espontáneas. ¿Por qué pasaste noches enteras entrenando unas ideas que nunca vas a dejar competir?

Te invito a jugar conmigo y con el tiempo, somos amigos hace algunas conclusiones. Pasarán días creyéndose unos pocos mates y horas que durarán semanas; es parte del juego y no tardaré en tomarte del brazo cuando asome la sensación de estar perdido.

A fin de cuentas, la experiencia se centra en eso: saber cuánto tardó, o sigue tardando, en aparecer aquella mano que sirva para sacarnos del pozo con la misma habilidad con que nos juegue pulseadas. En mi casa, por las dudas, los relojes siempre estarán adelantados.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Peekaboo

Caminamos una hora sin soltarnos la mano ni decirnos una palabra. Ella es hermosa y tiene una figura perfecta, ropa sobria y relajada como su actitud, una gran sonrisa.

Nos amamos tanto que ya nunca encontré una fórmula para recomenzar. Creímos saber tanto que nos costó horrores entender que faltaba mucho más.

Ella encendió un cigarrillo dulce y me invitó a pasear un poco más adentro. Soltó mi mano para tomarme del brazo, acercando sus caderas a las mías en un movimiento rápido y sincero.

—¿Cuánto más habrá que caminar? —dijo—. A veces el soñar hace las cosas más fáciles, nos lleva a los puntos clave del todo sin vueltas.

La vida, pensada como un sueño, se acerca mucho a la perfección. Clasificar los hechos por la experiencia que nos dejan y no por las sensaciones momentáneas puede ser muy importante a la hora del aprender.

Una experiencia, como el capítulo de una novela, nos deja tomar una pausa para intentar entenderla, almacenarla y con el correr del tiempo analizarla. Podríamos detenernos constantemente a releer algunos detalles buscando la prosa divina.

Para avanzar es necesario pasar por alto algunos detalles ganándole terreno a nuestros objetivos. También es interesante dejar margen a la sorpresa de quien relee, generando emociones que suman mucho a la crítica constructiva.

—Soñar de a dos es más fácil. El feedback nos ayuda a decidir el camino de nuestras ideas —solté con el humo.

Nuestras huellas habían comenzado a bocetar nuevos pensamientos al cruzar sus pisadas con las mías. Sus sonrisas se convirtieron en música y de a poco comenzamos una danza nueva.

—Abrazame —te animaste—. Quiero ver si es verdad lo que entiendo en esos ojos.

Por momentos, los abrazos se convierten en la caricia más transparente. Envían mediante el contacto una gran cantidad de deseos y sentires que tal vez nunca vuelvan a tocar el mundo.

Sobra con ser observador para entender que somos unos tontos. No nos animamos a dar el primer paso por un miedo que sabemos infundado.

La distancia entre un abrazo y un beso está sólo impuesta por las propias inseguridades. En muchos casos puede tratarse de una misma demostración de afecto, de una misma expresión del alma.

Hoy nuestros labios se estancaron en un cuento que los dos quisimos narrar. Tal vez mañana nos recordemos distintos y será normal; en cualquier caso habrá que diferenciar anécdota de un comienzo.

La clave es querer iniciar algo sin saber de qué se trata.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Prólogo

Hace unos años, recuerdo haber ido al cine con una persona que apenas conocía.

La película no era buena, la persona poco interesante y el popcorn se nos estaba terminando. Cuando todo indicaba un final de noche agotador, una escena llamó mi atención.

El personaje principal se encontraba atado, situado en el medio de una habitación que parecía hecha íntegramente de espejos. Paredes, techo y puerta reflejaban su imagen en esa silla que tan mal aspecto tenía. Poco a poco fue volviéndose loco, invadido no sólo por su yo sino también por lo que más tarde entendí como ‘sus fantasmas’.

Todos tenemos fantasmas. A veces, cuando miramos detenidamente nuestro reflejo, alguno asoma para recordarnos que están ahí. Tal vez se trate de miedos, inquietudes o trampas de nuestra propia conciencia. Yo prefiero entenderlas como la materia prima necesaria para generar lo que luego puede ser una idea consistente.

Lo único que debemos hacer es prestar atención y no dejar que nos dominen. Entender lo que nos dicen y separar la mentira de una potencial verdad. Esquivar los ataques a nuestro bienestar mental para enfocarnos en aquellas cosas que nos sirven, aquellos consejos y advertencias que muy dentro nuestro siempre estuvieron presentes. No cualquiera puede oírse, pero la práctica lo puede todo.

Este es mi nueva casa de espejos. Cuando los fantasmas ya no me dejen en paz, voy a venir aquí para entender sus mensajes. Voy a intentar decodificarlos y traducirlos, quitándole pesas a mi conciencia.

Una idea que no llega al mundo no necesariamente muere, pero puede ser perjudicial. Nuestra mente es compleja y poderosa, pero puede saturarse.

Uno a uno iré soltando mis fantasmas y lo dejaré crecer, sabiendo que voy a maravillarme con las formas y colores que puedan adoptar.

Bienvenidos. No enloquezcan.