Ella lo odió por unos minutos. Luego se forzó a comprender, se puso en lo que quiso que fuera su lugar. Según el viento, sigue llorando. Él caminó solo, el tiempo se detuvo y sus oídos dejaron de funcionar; el vacío es un mapa difícil de interpretar. Llegó a la estación y prendió un pucho que nunca le diría nada. Se hacía de noche.
Antes de la última pitada se largó a llorar. Sospechó que los días tampoco querrían amanecer sin esos ojos.