Ella lo odió por unos minutos. Luego se forzó a comprender, se puso en lo que quiso que fuera su lugar. Según el viento, sigue llorando. Él caminó solo, el tiempo se detuvo y sus oídos dejaron de funcionar; el vacío es un mapa difícil de interpretar. Llegó a la estación y prendió un pucho que nunca le diría nada. Se hacía de noche.
Antes de la última pitada se largó a llorar. Sospechó que los días tampoco querrían amanecer sin esos ojos.
Tan bello como triste.
ResponderEliminarOjalá se hayan despejado las sospechas y la pena, para que la claridad traiga mayor felicidad a esa historia.
Saludos.
En lo personal, extraño leerlo enamorado.
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